Por Osvaldo Santana
La honestidad, que también es extensiva a la transparencia, se estaría reafirmando durante el tiempo que le queda de mandato al presidente Luis Abinader como eje del gobierno, y se propone como la esencia del nuevo paso hacia el destino del cambio para un nuevo período.
“El cambio”, que no llegó en los términos en los que el presidente Abinader habló el pasado 13 de agosto, implicaría otra dimensión, porque algunas de sus propuestas claves, más allá de la campaña anticorrupción, siguen en la carpeta, o simplemente fueron desechadas: el código penal con las tres causales, y una política migratoria humanitaria, y no como una amenaza para la seguridad nacional, como la sugieren algunos de los nuevos amigos a bordo.
Más allá de la honestidad del presidente, que ha sido traicionada por algunos de sus colaboradores, habría que ver hacia dónde iría la versión del cambio para el período que iniciaría en 2024.
Más allá de la honestidad del presidente como estandarte, una magnífica herramienta, hay una parte del país que atribuye igual relevancia al acceso razonable a los productos de la canasta básica, hacia arriba desde el inicio mismo de la gestión, unida a una acentuada disminución de la capacidad de compra del peso, aumentos en los transportes y la creciente informalidad del empleo. Y ahí está la tan onerosa deuda, cada vez más alta, tan criticada en el pasado. ¿Cómo manejarla hacia el futuro, con sus implicaciones para la economía y la estabilidad dominicana?
Habría que ver la valoración del amplio público, más allá de los marchistas, de la honestidad versus la calidad de la gestión, el buen desempeño de los funcionarios, la cruda y sólida realidad económica que aturde los bolsillos de los dominicanos, de clase media, media baja y los pobres, que aún ayudados por subsidios perciben los impactos de los precios, estables, pero después de una acumulación de aumentos sucesivos, no importa los factores, internos o importados. Ese punto de vista no desconoce cómo han estremecido las economías del mundo la pandemia del Covid-19 y la guerra de Rusia en Ucrania que arrastraron el estrés de la cadena de suministros, escasez y altos precios. Más los riesgos actuales por las tensiones por la competencia económica y tecnológica entre Estados Unidos y China, que podrían provocar una disminución en los niveles de inserción del gigante asiático en la economía mundial.
Más allá
Más allá del mensaje moral claramente enfocado a un segmento social, una decisión como la opción reeleccionista, que también es una propuesta a todo el país, debió ser más abarcador, sustentado en la visión de futuro del equipo gobernante.
El discurso de la reelección del cambio tiene que trascender el auditorio escogido. La totalidad de los dominicanos debe conocer las políticas con las cuales piensa impactar la vida económica y social. Definir más detalladamente hacia dónde está presupuestado llegar. Porque la honestidad es un valor inmanente, consustancial, intrínseco a la persona, que se supone permanente, y quizás no sea necesario prometerlo.
Más cambio tendría que ser para mejorar. Claro que debe ser con transparencia y desde la muralla de la honestidad. Se requieren entonces mayores niveles de concreción útiles para convencer a todos los públicos.
Quizás, en la estrategia de lanzamiento estaba prevista la alocución desde Pedernales, pospuesta a causa de la desgracia ocurrida en San Cristóbal.
¿Acaso basta con hablar a un público que sin reproche acoge a otro que probablemente duda? Todavía se espera la propuesta a la Nación como totalidad acerca de las razones que motivarían a los dominicanos a votar por continuar el cambio que propone Abinader. Hay tiempo todavía -se dirá- aún después de la tragedia de San Cristóbal, o ahora, tras el paso de la tormenta Franklin.