Por Osvaldo Santana
Los resultados de las pasadas elecciones municipales han ayudado a los dos principales contendientes del presidente Luis Abinader a reconocer una cuestión que suele dificultárseles a los actores, sea en la vida social, económica, política, o en su más alta y última expresión: la guerra violenta.
Esa cuestión fundamental es un elemento llamado competidor, enemigo o adversario, el cual suele ser ignorado, subestimado o definitivamente no interpretado en las verdaderas dimensiones, que permitan asegurar las herramientas para enfrentarlo con calidad. Más aún, a desconocer su naturaleza y capacidades, y, en consecuencia, sus fuerzas y debilidades.
Al margen de las discusiones sobre la abstención comprada o forzosa, hay una realidad brutal, contable y objetiva: el reeleccionista Luis Abinader Corona, su gobierno y sus aliados, se afirmaron como el eje a vencer, lo que ya venía siendo vaticinado por la generalidad de las encuestas, sean verdaderamente profesionales o compradas a la medida.
¿Qué hacer ante esa realidad?
Leonel Fernández y Abel Martínez, los dos principales adversarios del presidente Abinader, tienen sus caminos, que son muy parecidos, casi iguales, pero que, para sus fines, deben seguir según sus propias ponderaciones y presupuestos. Sin embargo, en sus propósitos tienen factores muy favorables para un desempeño conveniente a los objetivos que han debido trazarse con las miradas puestas en las elecciones del 19 de mayo de este año.
Con un origen partidario común, aunque hoy marchen uno en el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), otro en la Fuerza del Pueblo (FP), no se han confrontado en forma alguna. No hay resentimientos de pasadas convenciones, no hay directas ni indirectas protagonizadas de manera personal, ni siquiera han manifestado desacuerdos sobre ideas, programas, proyectos o visiones ideológicas. Más aún, hay quienes dicen que, hasta último momento, mantuvieron una relación muy cercana hasta que Abel ganó la candidatura presidencial.
Las fuerzas políticas que los sustentan, pese al rompimiento de 2019 no se involucraron en peleas insultantes o destructivas que impidieran sentarse en algún momento en la misma mesa. Muy al contrario, rompieron la tradición del partidismo dominicano, que cuando las fuerzas internas se dividen se enemistan para siempre. Acaban de pactar una alianza de efecto inmediato como Rescate RD, que funcionó parcialmente para las elecciones municipales y que ahora acaba de ampliarse en el plano congresual. Más allá, existe un acuerdo, escrito o verbal, de que, si se produce una segunda vuelta, la agrupación que resulte en tercer lugar apoyará a la que quede en la segunda posición.
Por medios distintos, y por lecturas diferenciadas, se puede determinar por sus discursos que ambos reconocen la dimensión del adversario, o, dicho de otra forma, que el presidente Abinader encabeza las preferencias electorales. Ambos están aterrizados. Y se supone, que, si pueden percibir eso, igual se reconocerán a sí mismos, sus fuerzas y limitaciones.
Otros elementos para considerar es que entre sus seguidores se percibe una línea de respetos y lealtades. Nadie insulta a nadie. Una muestra interesante la constituye un intercambio de cartas entre dos ex vicepresidentes de la República, uno del bando peledeísta, Jaime David Fernández Mirabal, y el otro fuercista, Rafael Alburquerque, que derivó en destinatario de la misiva que había sido enviada a su jefe.
Las dos partes, el PLD y la Fuerza del Pueblo, han reconocido la unidad, al menos en la diversidad, como la única manera de enfrentar el poder. La vienen practicando, pero quizás les falte completar con un valor para mostrar a sus seguidores que de verdad es un propósito común. Es la unidad de acción y de líderes. Si bien es cierto que compiten juntos y separados, aliados al Congreso y separados a la Presidencia, tienen que escenificar acciones que contribuyan a elevar el espíritu de unidad de sus parciales o las masas populares. La acción es lo único que valida y fortalece el discurso político y cohesiona a los actores.
Frente al gobierno
Los resultados del 18 de febrero deben haber persuadido a los dos aspirantes opositores que deben endurecer su accionar político frente al gobierno y frente a la reelección como su expresión concreta en la campaña.
Como la actual administración ascendió al poder en medio de una pandemia, la oposición la dejó actuar a sus anchas. La caballerosidad con que fue tratado el gobierno es de antología. Por momentos parecían como si fuesen partes solidarias de la gestión.
Tras la derrota del 16 de mayo del 2020, el PLD fue sometido a la persecución judicial y a la caza de sus parciales, de forma tal que perdió una alta cuota de sus alcaldes y legisladores. Y aún persiste el programa de compras.
La persecución de los familiares del expresidente Danilo Medina o la captura de exfuncionarios administrativos y la caza de los elegidos colocó al PLD en una posición pobremente defensiva. No recurrió a aquelló que tanto pregonó Euclides Gutiérrez Féliz de que la mejor defensa es el ataque. Además, su dirección se empeñó en salvar la estructura partidaria básica. Fue un mero esfuerzo de sobrevivencia. Poco podía hacer frente a un gobierno en auge con amplia aprobación social.
Y la Fuerza del Pueblo, tras las elecciones del 2020, concentró sus capacidades en establecerse como partido nacional, crear un sistema de gestión y afiliar hasta 2 millones de simpatizantes. Además, como el crecimiento de la Fuerza del Pueblo fue inicialmente a costa del PLD, hasta que el mismo empezó a poner en riesgo la relación con un potencial aliado.
La defensa de los intereses generales de los ciudadanos quedó sin socaire, sin actores que asumieran su rol defensivo frente a las políticas públicas patrocinadas por el Partido Revolucionario Moderno (PRM) y un presidente que viene haciendo lo conveniente para garantizarse la continuidad en el poder.
Ahora, el accionar debe ser común a los aspirantes opositores a la Presidencia de la República. Obviamente, debe ser mucho más agresivo. Y motivos no les faltan.
Riesgos
En medio de las coincidencias, el PLD y la FP corren riesgos, como el peligro del canibalismo. La lucha por potenciar más votos con vistas a una posible segunda vuelta tiene sus imponderables. Y es que compitan por los mismos electores y desarrollen líneas de confrontación entre ellos mismos. Ya esa amenaza se reflejó en las elecciones municipales y en las presidenciales podría tener un efecto devastador.
Sin embargo, el aspecto esencial o fundamental para Leonel Fernández y Abel Martínez es que, pese a que luchan por el mismo propósito, tienen en común varios factores que bien manejados pueden ayudarlos a construir un camino de resultados convenientes a ambas partes.
El resto es materia de los manejadores de las campañas de los morados y los verdes.